Hay un debate que sigue latente: el de las calles con nombres franquistas. Cada cierto tiempo hay polémica con estos símbolos. En Madrid, fue en 2017 cuando el ayuntamiento aprobó cambiar los nombres de 52 de estas calles, cambio que se paralizó por varios recursos judiciales. Así, la calle Batalla de Belchite- que ganaron los republicanos, pero a costa de movilizar demasiados efectivos-, pasará a llamarse Juana Doña, escritora y dirigente sindicalista. Héroes del Alcázar será Simone Weil, filósofa francesa que formó parte de la Columna Durruti en la guerra. General Kirkpatrick se llamará Carlota O´Neill, escritora y periodista feminista, manteniendo el apellido irlandés de la anterior.
No todas las alternativas se refieren a la guerra: la calle Caídos de la División Azul pasará a llamarse calle Memorial 11 de marzo de 2014, en memoria de las víctimas del atentado de Atocha, donde murieron 192 personas. Y la travesía del General Franco tendrá el nombre del escritor del siglo XVIII Diego Torres Villaroel.
Puede que nos parezca difícil entender por qué alguien preferiría ponerle a una calle a un general que a una escritora y, desde luego, le gustaría mucho más vivir en Juana Doña que en la Batalla de Belchite. Pero eso no quita que mucha gente se oponga a esta medida, usando argumentos como los siguientes:
- Es un gasto innecesario y hay otras prioridades. Es cierto que cambiar el nombre de cinco decenas de calles conlleva un gasto, comenzando por el cambio de sus placas. Pero eso pasa con todo. O casi todo. ¿Por qué pintar un banco cuando hay un socavón peligroso? ¿Por qué reparar un socavón cuando hay gente durmiendo en la calle? Sin embargo, no se suele criticar que se pinte un banco alegando que hay gastos más importantes. Por no mencionar que hay gastos aún menos importantes, como la cabalgata de Reyes, que no suelen ser tan polémicos. El asunto de las calles se critica por su carga política. Además, sin ser algo de vida o muerte, sí tiene su importancia, porque dice mucho de la comunidad que queremos ser y de cómo queremos que se vea.
- La Guerra Civil y la dictadura también son parte de nuestra historia. Eso es cierto, pero nadie está borrando esos nombres de los libros de historia. Dedicar a alguien el nombre en una calle es una muestra de respeto y de admiración. Ponerle una calle a Cervantes es un reconocimiento a lo que hizo por nuestra cultura. Si se la ponemos a Franco, estamos expresando nuestro reconocimiento hacia un dictador.
Aunque aspiremos al mencionado cosmopolitismo, también se puede negar que nuestra sociedad comparte una historia. No podemos olvidar lo malo. Al contrario, hemos de tenerlo muy presente. Pero eso no significa que tengamos que homenajearlo. Si no le dedicamos una calle a los asesinos de las niñas de Alcáser, a pesar del impacto mediático que tuvieron estos crímenes, ¿por qué se la vamos a dedicar a un militar golpista?
Por supuesto, hay casos más dudosos. Por ejemplo, las calles dedicadas a reyes. ¿Mantenemos las calles con el nombre de Felipe V, que llegó al trono después de una guerra civil de trece años para decidir la sucesión de Carlos II? Además, ningún rey o aristócrata se podía llamar demócrata ni defendía los valores que consideramos importantes hoy en día. ¿Habría que cambiar esos nombres?
La diferencia es que la dictadura de Franco está reciente y aún queda gente que la sufrió. No tiene sentido, por tanto, que esa gente encuentre continuas muestras de admiración en las calles de su ciudad. Desde luego, hubo muchos españoles partidarios de la dictadura que no están molestos por esos nombres, pero eso sería como defender una plaza del Ku Klux Klan en Nashville porque el KKK es de Tennesssee, y allí aún queda gente a favor de este grupo.
Desde luego, eso no quita que pueda haber dudas con nombres concretos. Como la Batalla de Belchite: ¿no puede ser un buen recordatorio de los horrores de la guerra?
- 3. Estos cambios son un engorro para la gente que vive en esas calles, para los carteros y para los taxistas. Casi cualquier cambio supone un engorro hasta que uno se acostumbra, y por eso casi todos generan resistencia. Una mudanza supone hacer cajas y luego deshacerlas. Un cambio en un sistema operativo o en un programa informático requiere que nos acostumbremos de nuevo a él. Un peinado diferente supone que nos veremos raros unos días y que tengamos que contestar a preguntas al respecto. Pero estos cambios se hacen porque compensan a medio y largo plazo. La mudanza sería a un piso más grande, el programa informático funcionaría mejor y con el cambio de nombre en las calles dejaremos de homenajear a militares que dieron un golpe de Estado contra una democracia, iniciando una guerra de tres años y una dictadura de casi cuarenta.
- Es mi calle. También puede haber un componente sentimental. Si te has criado en la calle Héroes del Alcázar, es probable que le tengas cariño también al nombre por los recuerdos que te trae y las vivencias que has experimentado, sin que ni por un momento se te haya pasado por la cabeza el episodio histórico al que se rinde homenaje. Además, calle Héroes del Alcázar no tiene la misma carga que calle Pol Pot, por ejemplo, por lo que resulta más fácil distanciarse ( o no tener ni idea, en caso de ser un niño). Pero ¿por qué obligarlos a asociar a sus amigos de la infancia o los primeros escarceos adolescentes con la Guerra Civil?
-Mi primer beso fue en el portal de casa. Solo teníamos quince años y fue muy romántico. Los dos vivíamos en el mismo edificio de la calle Héroes del Alcázar. No puedo leer sobre el asedio al Alcázar de Toledo sin acordarme de ese primer beso. Al contrario que el coronel Moscardó, que no se rindió a pesar de que fusilaron a su hijo, yo me entregué sin condiciones a aquel amor adolescente.
- Eran otros tiempos. Esta excusa se sostiene difícilmente en el caso de una dictadura reciente que, aunque fue más que tolerada en España y fuera de ella, también fue criticada y combatida. Es cierto que a menudo tenemos calles dedicadas a gente que vivió en otros tiempos y tenía ideas propias de su época. Por ejemplo, Quevedo tiene una calle y una glorieta en Madrid, pese a haber sido machista y racista. Escribió un poema sobre la boda entre dos negros que parecían grajos “porque a grajos van oliendo”, entre otras gracietas.
Lo que nos ocurre con los poemas racistas de Quevedo se puede explicar con el concepto de la ventana de Overton, con el que se describe el rango de ideas que una sociedad encuentra aceptable. En la España del siglo XVII era aceptable ser racista. A todo el mundo le parecía normal. Y por eso muchas personas por lo demás admirables, como el propio Quevedo, expresaban estas ideas sin causar estupor. Todos acabamos teniendo nuestros encuentros con la ventana de Overton en mayor o menor medida: por muy modernos y progresistas que nos creamos, dentro de quince o veinte años es muy probable que nos veamos obligados a reconocer que nos equivocamos en muchas cosas, por la sencilla razón de que las sociedades cambian.
¿Significa esto que Quevedo no se merece su calle y su glorieta? ¿Que deberíamos quitárselas a todos los machistas, racistas, clasistas y delincuentes de nuestras ciudades? Hay, de nuevo, una diferencia., No quiero restar importancia al racismo de Quevedo (ni al de nadie), pero a Quevedo no lo recordamos por eso. Seguimos leyéndole a pesar de textos como el de la boda entre negros porque la mayor parte de lo que escribió sigue siendo enriquecedor y bello. En cambio, cuando le dedicamos una calle a un general franquista y no a pesar de eso. Lo que se homenajea es su calidad de golpista. Es como si recordáramos a Quevedo por ser el gran poeta del supremacismo blanco, cuando evidentemente no es así.
Es decir, todas las objeciones a los nuevos nombres de calles más bien suenan a excusa de quien no quiere cambios porque admira a las personas homenajeadas o, al menos, detesta aún más las alternativas.
(Jaime Rubio Hancock. ¿Está bien pegar a un nazi? Libros K.O. Madrid. 2019)