- Conscientes de nuestro aburrimiento
[…] Aburrirse no es una competencia distintiva de las sociedades capitalistas, gestadas en la modernidad. Está al alcance de cualquiera, incluso para otras especies diferentes a la nuestra y, sin duda, para aquellas que nos antecedieron en la línea evolutiva. Muchos piensan que los cazadores-recolectores nunca se aburrieron porque tenían vidas muy ocupadas en pos de la supervivencia. Se equivocan. Nuestros antepasados invertían mucho menos tiempo en su subsistencia que nosotros. Satisfacían sus necesidades fácilmente y valoraban el tiempo libre por encima de la acumulación. No cazaban y recolectaban con afán almacenatorio; vivían al día y disfrutaban del tiempo restante gastándolo en actividades recreativas o descansando. ¿O aburriéndose!
Aunque hubiese sido al revés, llenar el tiempo con numerosas labores no es sinónimo de ausencia de aburrimiento. Una de las grandes quejas de nuestro siglo es que no dejamos espacio para aburrirnos en medio de la cascada inagotable de actividades que plagan el día. Sin embargo, muchos de estos quehaceres también nos provocan aburrimiento, porque no nos resultan estimulantes, porque son repetitivos o una obligación. Si hay algo que distingue nuestra forma de experimentar el aburrimiento de cómo lo hacen otras especies es que nosotros somos conscientes de que nos aburrimos y podemos reflexionar sobre el dolor que nos causa aburrirnos.
- ¿Por qué nos aburrimos?
El aburrimiento no es algo nuevo, ni exclusivamente nuestro, ni solo el consecuente directo del exceso de tiempo libre de quienes tienen la permanencia asegurada. También es el resultado de la reiteración, la carencia de estímulo y significado, de lo mecánico y lo esperable, de la falta de variedad y espontaneidad. Nos aburrimos cuando deseamos comprometernos con alguna actividad y no damos con la tecla. Pero también de las empresas en las que nos embarcamos con la esperanza de encontrar el remedio definitivo contra el aburrimiento. Los más desgraciados sufren, además del aburrimiento mundano, ese tedio profundo que se origina en el saber que estamos atrapados en la eterna sucesión de lo siempre igual.
Unas veces la culpa del aburrimiento es de un ambiente poco estimulante (hipoestimulación) o demasiado estimulante (hiperestimulación) para la magnitud de nuestras necesidades cognitivas. Cuando esto sucede, la condición de posibilidad del aburrimiento es ambiental. Otras, se deba a que el entorno no capta nuestra atención. Este es un condicionante atencional. Pero también, frecuentemente, el compromiso que una determinada actividad o situación nos demanda para permanecer enganchados implica un gasto de energía que no parece compensarse por el beneficio que esperamos de semejante esfuerzo. Aquí entra en juego la funcionalidad percibida.
Tú podrás estar aburriéndote ahora mismo por uno o varios de estos condicionantes. Quizá lo que lees no te resulte estimulante como para mantener tus niveles de excitación corticales en estado óptimo. O puede que no logre captar tu atención. Si te aburres, lo más probable es que te hayas percatado de que el esfuerzo que debes hacer para seguir el texto no merece la pena, porque tampoco te va a reportar una gran recompensa leerme. Independientemente del particular, tu aburrimiento te está diciendo que dejes de leer y te pongas a hacer otra cosa. En cuanto tomes una decisión y la consumes, desaparecerá el dolor, porque tu aburrimiento es situacional.
Mucho depende también de uno mismo, de la personalidad y el sustrato fisiológico que sostiene los procesos cognitivos complejos como los que tienen lugar durante la experiencia del aburrimiento. Algunos se aburren en todo momento y circunstancia, y, aunque son conscientes de que algo falla en su relación con el entorno, son incapaces de diseñar una estrategia frente al malestar. Por sus rasgos psíquicos o un trastorno de la conciencia, o incluso una deficiencia neurológica, padecen lo que se conoce como aburrimiento crónico.
- El aburrimiento adopta muchas formas.
Uno también puede verse imposibilitado para responder frente al aburrimiento no por causa propia, sino porque sea el entorno el que impide la reacción que nos dispone hacia el cambio. ¡El aburrimiento adopta muchas formas! A esta en concreto la he llamado aburrimiento situacional cronificado en mi libro La enfermedad del aburrimiento. Este aburrimiento depende del entorno, pero no podemos aliviarlo porque este no lo permite, extendiéndose en el tiempo y aferrándose al espacio con una intensidad que puede llegar a despojar la vida de todo sentido, como es el caso del tedio profundo. La literatura ha prestado atención a la aparición de este fenómeno en lugares como prisiones o residencias de mayores, en espacios de trabajo y aprendizaje como fábricas y escuelas, en los largos períodos de espera entre maniobras bélicas, en situaciones de confinamiento o de exclusión y hartazgo social extremo.
No solo nos aburrimos en todo tiempo, en infinidad de escenarios y en dependencia de incontables factores individuales y ambientales. También podemos hacerlo solos o en grupo (salvo en casos de aburrimiento crónico), ya sea en su forma pasajera o cronificada. Así también, podemos responder al aburrimiento, cuando nos está permitido, en soledad o coordinando una respuesta conjunta para acabar con la fuente de aburrición. Usualmente, actuamos por nuestra propia cuenta. Solo aunamos fuerzas cuando necesitamos provocar un estallido capaz de acabar con el aburrimiento situacional cronificado compartido por las multitudes.
El pasado está marcado por montones de explosiones grupales que se representan en nuestra memoria colectiva como nudos dispersos a lo largo del cordón histórico. Nos recuerdan que hubo otras veces en las que nos sentimos demasiado cansados y tomamos las riendas de nuestro destino para incentivar el movimiento hacia lo desconocido. Rebeliones incontenibles, revueltas virulentas, guerras sanguinarias…Todos esos hitos que acaban suponiendo un cambio de paradigma a escala macro, y que generan el caldo de cultivo de nuevas formas de organización y aproximación a la realidad, son respuestas extremas frente al aburrimiento que se llevan sucediendo desde los albores de los tiempos.
El aburrimiento hace que el mundo siga, impide que el tiempo se detenga y la vida se estanque, que los cuerpos se pudran y las mentes se atrofien. No es el privilegio del hombre moderno, sino el de todas las criaturas inteligentes que, a su manera, saben apreciar lo positivo en lo negativo, la ventaja en la dificultad, y convertir la molestia en el punto de partida de la exploración. Lo que está por venir no siempre es bueno, ni mejor, pero es distinto; siempre preferible a la quietud.
(Josefa Ros Velasco. Artículo sacado de la revista Filosofía&Co. Septiembre 2022. Número 2)