1.Ciencia y filosofía.
Desde su origen en la antigua Grecia, las ciencias han ido especializándose y separándose progresivamente de la filosofía; por esta razón, nos podemos preguntar si no hace ya tiempo que la filosofía ha quedado superada por las ciencias.
La respuesta es que no, porque lo que las ciencias estudian y aportan no agota el horizonte al que se dirigen las preguntas filosóficas. Ninguna ciencia concreta estudia la realidad en su conjunto, es decir, en todos sus aspectos y niveles de existencia y de concreción. Ni la física ni la biología, por ejemplo, se plantean preguntas como qué es la verdad o qué es el conocimiento científico.
Las ciencias especializadas- que pueden ser empíricas, formales, humanas o sociales- no se ocupan de muchas cuestiones generales que las afectan ni de todos los conceptos importantes que emplean; por tanto, ni cada una por separado ni todas ellas juntas pueden establecer el sentido último de nociones como la de realidad o la de bien moral, por ejemplo.
De hecho, las ciencias particulares se basan en definir y en delimitar un aspecto parcial de la realidad y en desarrollar una forma de estudio y una argumentación adecuadas para ese campo concreto de la realidad. Por eso, en el ámbito de las ciencias particulares, el conocimiento suele ser el resultado de la aplicación de métodos que buscan la exactitud y la funcionalidad técnico-práctica de los conocimientos.
Esta exactitud y esta eficacia son, sin duda, dos de las mayores cualidades de las verdades científicas y las que hacen posible el avance científico y su aplicación técnica en la mejora de las condiciones de vida de los seres humanos.
Sin embargo, la exactitud científica no es una condición esencial de toda verdad. Solo puede existir cuando se habla de objetos cuantitativos, es decir, de lo que se puede contar y medir, o convencionales, esto es, definidos por el propia ser humano.
Además, las ciencias particulares dan por sentado en sus razonamientos presupuestos que no les corresponde justificar. Por ejemplo, en la biología se asume elementos de la química; en la química, de la física; en la física, de las matemáticas, y en las matemáticas de la lógica y de la ontología, que son, finalmente, partes de la filosofía.
Revisar todos los presupuestos de sus propias argumentaciones y de las argumentaciones de todas las formas del saber humano es una tarea propia de la filosofía que ninguna ciencia particular puede asumir. Por eso, tampoco se le puede pedir a la filosofía que “avance” en el mismo sentido en el que lo hacen las ciencias particulares.
2.Ciencia y religión.
Tal vez la respuesta a la tercera de las preguntas planteadas por Kant en su Crítica de la razón pura (¿qué podemos esperar?) rebase los límites del ejercicio racional, filosófico y científico del saber y solo se pueda contestar por la religión.
Ni desde la filosofía ni desde la ciencia se niega, de antemano, que en las grandes tradiciones espirituales de la humanidad pueda haber una sabiduría que sea muy valiosa para el ser humano. Sin embargo, el método y el ideal de la filosofía y de la ciencia es el debate y la argumentación racional compartidos por todos los seres humanos al margen de cualquier revelación o de las distintas tradiciones espirituales.
Las religiones de Occidente se han servido de la argumentación racional para tratar de hacer comprensible sus revelaciones a la mente humana o para defenderse de la incredulidad o de las interpretaciones desviadas y heréticas. En este uso, la filosofía, en concreto, se ha visto obligada a servir como instrumento de una determinada teología.
Así fue, por ejemplo, como se usó la filosofía en Europa durante la Edad Media, cuando se la consideraba “esclava de la teología”. En esta etapa histórica, la función de la filosofía era conservar las creencias religiosas reveladas, no analizarlas críticamente ni renovarlas, pues se consideraba que la fe revelada contenía una verdad inmutable, eterna, que no se podía modificar.
Ahora bien, en la actualidad, se ha de distinguir con total claridad entre la fe y los saberes filosófico y científico, pues el objetivo de la filosofía y de la ciencia no es creer, sino conocer racional y críticamente. Sin embargo, cuando se considera que un saber tiene un origen divino, no se habla de conocimiento, sino de revelación.
La revelación está constituida por ideas y por relatos que supuestamente algunas personas concretas han recibido de un dios determinado y que estos individuos transmiten a los miembros de una iglesia o comunidad de creyentes.
Además, la finalidad de la revelación suele ser alcanzar la salvación, no lograr el conocimiento objetivo por sí mismo, que, sin embargo, sí es la meta que se aspira alcanzar mediante la filosofía y la ciencia.
3. Ciencia y saber común
Además de nuestros conocimientos científicos y de nuestras creencias y de nuestras convicciones sobre el sentido de la realidad, existe una forma de conocimiento fundamental a la que debemos la mayor parte de lo que hacemos y de lo que decimos en la vida. Se trata del saber natural o de la vida corriente, en el que se fundan la seguridad y las costumbres de nuestra existencia personal.
Este saber ordinario nos proporciona conocimientos tan importantes como, por ejemplo, cómo nos llamamos, cómo regresar a nuestras casas o qué música nos gusta.
Este ámbito de saber cotidiano e inmediato conforma nuestra personalidad y es el fundamento de nuestra existencia personal y social. Sin embargo, el conocimiento natural cotidiano no es suficiente para dar sentido a la existencia humana, y la filosofía y la ciencia surgen también de la constatación de las limitaciones que tiene esta forma de acceder a la verdad de las cosas.
Aristóteles, en el siglo IV a. C., decía que lo que lleva a los seres humanos a filosofar es la admiración, la sorpresa o el estupor ante la realidad. Cuando alguna cosa nos sorprende o nos maravilla, queremos saber enseguida su explicación, el porqué.
De acuerdo con esta concepción, Aristóteles entendía que la filosofía (que en aquella época no se distinguía de la ciencia) es un modo de conocimiento que no acaba con saber sino que ciertas cosas son de un determinado modo y no de otro.
Lo propio de la filosofía, según Aristóteles, es que quiere saber por qué las cosas don del modo que son y si no podrían ser de otra manera. Es decir, la filosofía es un saber que tiene por objeto el estudio de las causas, las razones y de los principios de las cosas.
La inteligencia asume siempre algunos hábitos de funcionamiento y necesita algunas “seguridades” para afrontar la realidad que nos rodea. Sin embargo, en ocasiones, la evidencia inmediata de las cosas, los hábitos de nuestra mente o las “seguridades” de nuestra vida no son suficientes. Además, sentimos la necesidad de acceder a la verdad más profunda de las cosas.
Por esa razón, también dice Aristóteles que todos los seres humanos tendemos por naturaleza al saber. Es decir, Aristóteles afirma la universalidad y la actualidad permanente del estudio de la filosofía y de la ciencia, porque estos saberes representan una ocasión para renovar esa admiración originaria que nos provoca el mundo, sus acontecimientos y las diversas formas de entenderlo que han sido pensadas por el ser humano a lo largo de la historia.
( D. Sánchez Meca y J.D. Mateu Alonso. 1 Bachillerato. Filosofía. Editorial Anaya. Operación mundo. Madrid. 2022)