Desde los tiempos más remotos los seres humanos se han planteado preguntas acerca de la divinidad y la trascendencia. Una forma de abordar estas cuestiones es acudiendo a la religión, que se basa en la fe para responderlas. Otra forma de hacerlo es a través de la filosofía, que trata de explorar el tema mediante argumentos racionales.
En sus escritos, Platón y Aristóteles ofrecieron interesantes reflexiones acerca de la divinidad. Sin embargo, fue la influencia posterior del cristianismo la que marcó de una manera decisiva el modo en que la filosofía occidental ha tratado el problema de Dios. La religión cristiana cree en la existencia de un único Dios, que es un ser todopoderoso, omnisciente e infinitamente bueno. Dios, según el cristianismo, ha creado todo cuanto existe a partir de la nada, como un acto generoso de bondad. Además, Dios es un ser personal, con el que los seres humanos podemos mantener una relación directa, y también un ser providente, porque se preocupa por nosotros e interviene en la historia humana de acuerdo con un plan sabio y benevolente.
Todas estas creencias están basadas en la fe y en la autoridad de los textos bíblicos. Los cristianos las aceptan porque forman parte de su religión. Pero desde un punto de vista filosófico lo crucial es poder encontrar argumentos racionales para justificar estas creencias. Para empezar, es importante cuestionarse si ese ser sobrenatural y todopoderoso en el que creen los cristianos realmente existe. ¿Es posible demostrar racionalmente su existencia? ¿Hay argumentos sólidos que puedan convencernos de que hay un Dios? Y, si así fuera, ¿qué tipo de Dios sería? ¿Se trataría del mismo Dios de los cristianos?
No todos los filósofos responden a estas cuestiones de la misma manera. Según las diferentes actitudes que adopten ante el problema de Dios, los filósofos pueden ser teístas, agnósticos o ateos.
1.El teísmo.
Los teístas creen en la existencia de un Dios creador, todopoderoso y benevolente, que interviene en la historia de la humanidad y que puede mantener una relación personal con nosotros.
Los teístas creen que es posible conocer a Dios tanto a través de la fe como mediante la razón, porque consideran que ambas formas de conocimiento de la divinidad se complementan. Así, el teísmo es una postura filosófica que aporta argumentos racionales para apoyar una visión acerca de Dios muy parecida a la que podemos encontrar en la Biblia y en la religión cristiana. Por ejemplo, Agustín de Hipona o Tomás de Aquino son filósofos teístas.
Los deístas también creen que existen argumentos filosóficos para demostrar la existencia de Dios, pero no les parece que esos razonamientos puedan confirmar todas las afirmaciones acerca de la divinidad que podemos leer en la Biblia.
Para un deísta las únicas verdades acerca de Dios que podemos conocer con seguridad son las que nos muestra la razón.
Según el deísmo, lo que la filosofía nos puede mostrar es que debe existir un ser todopoderoso y benevolente que ha creado todo cuanto existe. Sin embargo, no hay ninguna prueba racional de que Dios pueda intervenir en la historia, hacer milagros o enviar a su hijo al mundo para salvarnos. Voltaire y Rousseau son dos ejemplos muy conocidos de filósofos ilustrados defensores del deísmo.
Las diferencias entre los teístas y los deístas tienen que ver con el papel que le otorgan a la fe. Mientras que los teístas la consideran una fuente fiable de conocimiento, los deístas dudan de su valor porque tan solo reconocen la validez de los argumentos racionales. En lo que coinciden ambas posturas es en su convicción de que es posible ofrecer argumentos racionales para demostrar la existencia de Dios.
En general, los argumentos filosóficos que se han ofrecido para demostrar la existencia de Dios pueden ser de dos tipos. Algunos parten del concepto de Dios para tratar de probar que Dios no solo es una idea en nuestra mente, sino que además tiene una existencia real. Estos argumentos son a priori, lo cual quiere decir que son independientes de la experiencia, porque solo se basan en la idea misma de Dios. Un segundo tipo de razonamientos parten de la observación del mundo que nos rodea, por lo que se basan en la experiencia y por eso se denominan a posteriori.
2.El ateísmo.
El ateísmo es la postura filosófica que niega la existencia de Dios.
Para los filósofos ateos, ninguno de los argumentos que se han empleado para tratar de demostrar la existencia de Dios tiene validez. Se tratan según este punto de vista, de razonamientos falaces, que intentan convencernos de algo que es manifiestamente falso. Para empezar, los argumentos a priori son ilegítimos, porque realizan un salto injustificado desde el ámbito del pensamiento al de la realidad. Hay una diferencia muy grande entre imaginar algo y afirmar que eso que hemos imaginado realmente existe. Según este planteamiento crítico, si queremos ofrecer pruebas de la existencia de Dios tenemos que emplear argumentos más sólidos, basados en la experiencia. Los filósofos ateos también rechazan la validez de los argumentos a posteriori.
Para los ateos buscar un creador para explicar la existencia del mundo no resuelve ningún enigma, sino que crea un problema adicional.
Como no sabemos qué es lo que ha causado la existencia del mundo, intentamos aclararlo suponiendo que ha sido creado por un Dios. Pero al hacer esto nos encontramos con nuevas preguntas que parecen tener difícil respuesta. ¿Qué o quién ha creado a Dios? ¿Se ha creado él a sí mismo? ¿Y por qué no podemos suponer que es el universo entero en que se ha creado a sí mismo, ahorrándonos así un paso innecesario?
3.El agnosticismo.
A diferencia del ateísmo, un agnóstico no cree que sea posible ofrecer una respuesta al problema de la existencia de Dios.
Mientras que los ateos niegan que Dios exista, los agnósticos prefieren no pronunciarse de manera definitiva sobre esta cuestión. El agnosticismo es una posición escéptica, porque considera que no resulta posible saber su hay un Dios o no. Según este punto de vista, como es posible ofrecer argumentos racionales tanto a favor como en contra de la existencia de Dios, la actitud más sensata consiste en reconocer que se trata de un asunto que no podemos conocer con seguridad.
Esta es la postura que defendieron algunos filósofos como Sexto Empírico, David Hume, Bertrand Russell o Thomas Huxley. No obstante, esta postura también ha sido criticada por quienes consideran que es un intento de eludir la responsabilidad de ofrecer una respuesta para una pregunta crucial que es necesario afrontar.
(C. Prestel Alfonso. Filosofía. Bachillerato. Editorial Vicens Vives. Barcelona. 2022)